La mariposa y el sol

Ilustración IA Gémini 2025

 La mariposa y el Sol

 

Había una vez una mariposa amarilla que nació sin un ala. Su condición no comprometía su vida porque sus órganos de supervivencia estaban intactos: corazón, pulmones, cabeza… El inconveniente se dio cuando al estirar “las alas” para volar, pudo hacerlo, no de frente como quería, sino de lado, aun así no quiso detenerse y siguió volando imparable hasta dar la vuelta al mundo siguiendo la línea ecuatorial. Luego se aquietó en el sitio de donde había partido.

Podía volar, sí, pero estaba imposibilitada de dirigirse a un lugar específico, cambiar de trayectoria, variar de altura, hacer piruetas en el aire; incluso huir de los depredadores. Ella no se quejaba, sino que aceptaba su condición, aunque estaba un poco triste.

Entonces el Sol, que había estado observando su problema, le ofreció un camino:

—Soy el rey de la luz, pero también señor de las sombras. Ellas me obedecen y yo les doy forma, ¿sabías? Pues hoy, cuando ascienda al cielo y sean las once del día, levanta tu ala y deja que proyecte su sombra sobre tu lado izquierdo, entonces habrá una sorpresa.

La mariposa obedeció e hizo conforme le había recomendado.

Luego de cumplir las instrucciones, bajó el ala y caminó unos pasos notando el milagro; en verdad había un ala en el piso, la levantó con cuidado. Era firme, pero flexible, tenía volumen, textura y se parecía en todo, inclusive en el peso, a su ala buena y se la puso, así sin más, como se calza un guante o un zapato.

Mariposa levantó el vuelo, voló en zigzag, en sinusoide, hizo flips, boca abajo, rasante y en picada, caída libre y hasta ensayó un torbellino colocando la punta de sus alas juntas sobre su cabeza y dejándose caer como una espora hasta que, a punto de tocar tierra, estiró las alas para planear como una hoja al viento.

Estaba completa, era feliz y tenía mucha hambre. Tantas vueltas le habían abierto el apetito, así que se plantó sobre un ramillete de flores para libar. Era mediodía y mientras comía sintió curiosidad por ver si su ala postiza, la de color negro, también proyectaba una sombra. Se sorprendió hasta la exclamación de asombro al advertir que lo que proyectaba en el piso era un ala, pero de color amarillo, igual o más hermosa como la que debió haber tenido al nacer.

Invirtió las cosas. El ala negra la devolvió al piso y, como consecuencia, el ala amarilla subió para ocupar su muñón ensamblando impecablemente. Echó a volar satisfecha.

Indagando en el bosque cómo se pudo haber dado este fantástico evento. Buho opina que: “Así como en los humanos un trozo de piel injertado en una herida crece hasta ocupar el espacio faltante. La sombra, al invertir la polaridad de la luz, ha proyectado el objeto del cual deriva”. Esto tiene mucha lógica. Y usted, amable lector, ¿qué opina? ¿Se podrá hacer lo mismo con la sombra de una hamburguesa o la sombra de los deberes de matemáticas de un amigo?

 

Jorge Valentín Miño Pazmiño.

Quito, Julio de 2025

 


 

 

 

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